En la carrera vimos Docker de forma bastante superficial. Un concepto más dentro de las clases de virtualización, algo que entendíamos teóricamente, pero sin llegar a ver su impacto real en el día a día.
Ahora, tras casi medio año en el mundo laboral, puedo decir con total seguridad que Docker cambia las reglas del juego.
Cuando entiendes su verdadero valor
Lo que más me ha sorprendido es lo invisible que resulta cuando está bien hecho. Docker no se nota… pero lo notas cuando falta.
Te das cuenta de su importancia en cuanto trabajas con proyectos que necesitan ser compatibles, escalables y reproducibles entre equipos, entornos o servidores diferentes.
Lo que antes implicaba horas configurando dependencias o resolviendo errores de versiones, ahora se resume en una simple línea de comando:
docker compose up -d
Y listo. Todo funciona igual en cualquier máquina.
Mis primeros proyectos en contenedores
Hoy tengo en mi servidor personal dos proyectos desplegados en contenedores Docker, funcionando 24/7 sin interrupciones.
El proceso fue mucho más sencillo de lo que imaginaba: definir los servicios, construir las imágenes, y dejarlos correr. Desde entonces, no he vuelto a preocuparme por incompatibilidades o reinicios inesperados.
Docker se ha convertido en una de esas herramientas que no solo simplifica la vida del desarrollador, sino que enseña una forma distinta de pensar la arquitectura de software: modular, escalable y completamente portable.
En resumen
Docker no es solo un contenedor de aplicaciones. Es una forma de empaquetar ideas para que funcionen en cualquier parte, sin importar el sistema operativo, la configuración o el entorno.
Lo que antes era un tema de clase, hoy es una herramienta imprescindible en mi día a día.