El otro día tuve la oportunidad de conversar con un compañero de trabajo sobre un tema que parece estar en todos los titulares: la IA generativa y la seguridad de los datos.
A primera vista, suena como una conversación más entre tecnólogos, de esas llenas de advertencias y términos legales. Pero esta fue distinta.
No hablamos de cifrados, firewalls ni normativas. Hablamos de personas, de confianza y de cómo cada línea de código o prompt que enviamos lleva un pedazo de nuestra identidad digital.
Más allá del miedo: la IA como reflejo de nuestros hábitos
Gran parte de los debates sobre seguridad en la IA giran en torno a lo que puede salir mal: filtraciones, uso indebido de información o pérdida de control.
Y sí, todo eso importa. Pero lo que realmente me quedó de aquella conversación fue algo más profundo:
“No es solo cuestión de proteger los datos, sino de entender qué datos estamos entregando y por qué.”
Cada vez que pedimos a un modelo que escriba, analice o genere algo, le ofrecemos fragmentos de nuestro pensamiento, estilo e incluso nuestra forma de trabajar.
En cierto modo, la IA no solo aprende de los datos: aprende de nosotros.
De la seguridad técnica a la seguridad cultural
La verdadera amenaza no siempre está en la tecnología, sino en la costumbre.
Nos hemos acostumbrado a compartirlo todo, confiando en que los sistemas harán lo correcto. Pero los modelos no entienden ética, solo patrones.
Por eso, la conversación sobre la seguridad de la IA debería centrarse menos en la paranoia y más en la responsabilidad digital colectiva.
No se trata de desconfiar de la IA, sino de usarla con criterio.
Saber qué información no debe salir de tu entorno laboral, qué prompts revelan demasiado y cuándo una automatización deja de ser cómoda para convertirse en riesgosa.
La paradoja del conocimiento
Cuanto más se integran estas herramientas en nuestro día a día, más difusa se vuelve la línea entre lo que es “público” y lo que no.
Nos preocupa que la IA “sepa demasiado”, pero a la vez la alimentamos constantemente con ejemplos, documentos y contextos internos.
No hay fórmula mágica para esto. Pero sí una conclusión clara:
La seguridad no se impone, se cultiva.
Y empieza por la forma en que cada uno de nosotros entiende y maneja su propio flujo de información.
En resumen
Al final, los modelos aprenden de lo que hacemos.
Y quizás proteger nuestros datos empieza por enseñarles a las máquinas las cosas correctas.